En el campo de los estudios políticos, la noción de populismo parece evidente. Es utilizada generalmente cuando se trata de definir ya sea regímenes políticos encabezados por líderes fuertes que pretenden representar al pueblo y aparecen con nombre y apellido (el caso de Juan Domingo Perón en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela y otros líderes de diferentes países africanos), o discursos de políticos, particularmente de extrema derecha, que surgen durante las campañas electorales, como es el caso en diversos países europeos (Francia, Austria, Holanda), y más recientemente en algunos países de Europa central. Sin embargo, esta noción merece ser analizada desde el punto de vista del discurso, ya que, al rastrearla históricamente, constatamos su gran variedad de empleos sin saber en definitiva si se trata de un régimen político o de una estrategia de poder. En este artículo se considera el populismo como un discurso. Para ello, hemos creído necesario describir en primer lugar las características de la palabra política en el espacio público, con el objeto de evitar atribuir al discurso populista lo que es propio de las presiones y estrategias del discurso político en general.
A partir de esta primera observación, se describe el mecanismo del discurso populista para luego analizar sus especificidades en diversos contextos sociales, según esas mismas categorías. Este artículo propone así un estudio programático como un llamado a proseguir este trabajo caso por caso, única posibilidad de establecer comparaciones y observar similitudes y diferencias entre diferentes discursos.
Este trabajo concluye con una última reflexión que muestra la relación paradójica existente entre populismo y democracia.
In the field of political studies the notion of populism seems clear. It is generally used either to define political regimes headed by strong leaders who intend to represent the people with a name and surname (the case of Juan Domingo Perón in Argentine, Hugo Chávez in Venezuela, and other leaders from different African countries), or the discourse of politicians, particularly from the extreme right, which appear during electoral campaigns, as is the case of various European countries (France, Austria, Holland) and more recently in some central European countries. However, this notion deserves to be analyzed from a discourse perspective since, as we trace it back historically, we detect a wide range of uses of the term without definitely knowing if it refers to a political regime or a power strategy. In this article, populism is approached as discourse. To this aim we have thought it necessary to describe in the first place the characteristics of the political word in the public space, in order to avoid attributing to populist discourse what is proper of the pressures and political strategies of political discourse in general. Starting from this first observation, the mechanism of populist discourse is described, and then the specificities of it in various contexts are analyzed according to the categories proposed. This article proposes a programmatic study as a call to continue with a case by case study, seen as the only possibility to establish comparisons and observe similarities and differences between different discourses. The paper ends with a last reflection that shows the existing paradoxical relation between populism and democracy.
Dos problemas se plantean a quien pretende analizar los discursos políticos : el de la relación entre lenguaje y acción y el de la postura del investigador. En efecto, podemos preguntarnos qué relación se instaura entre palabra política y actos políticos, sabiendo que la palabra puede ser producida para ocultar actos o bien transformarse en acto cuando constituye una decisión con efecto performativo. Pero podemos ir más lejos y considerar que los actos en sí mismos pueden significar como palabras. Son entonces discursos : hacer esto significa decir esto otro.
De este modo se instaura una relación de reciprocidad (no simétrica) entre actos y discursos según las dos siguientes ecuaciones : decir X, es decir X y sobreentender X’ para ocultar o reforzar el acto F ; hacer el acto F, es decir X (palabra de decisión) y sobreentender X’. A la primera ecuación correspondería un enunciado repetido frecuentemente por el presidente Nicolas Sarkozy durante su campaña electoral y luego empleado a manera de eslogan : « Trabajar más para ganar más ». Se afirma que /trabajar más hace ganar más sueldo/ ; esta afirmación está acompañada por varios sobreentendidos, a saber : /hay una relación de causa a efecto sistemático entre la cantidad de trabajo y la cantidad de ganancias/, /en Francia, no se trabaja lo suficiente/, /es la solución para aumentar el poder adquisitivo y por lo tanto el consumo (la demanda), ergo la producción (la oferta), etc./ ; y esta afirmación permite justificar el acto que consiste en//desgravar para las empresas las horas suplementarias//. En lo que corresponde a la segunda ecuación, podría citarse el acto político denominado « paquete fiscal » decidido y aplicado por Nicolas Sarkozy, acto que afirma : /el impuesto sobre la renta de los más ricos tiene un techo del 50% en lugar del 60%/, y deja sobreentender (hay siempre varios sobreentendidos posibles) : « Hay que proteger a los ricos ».
Por lo tanto hay que tener en cuenta esta relación de anudamiento entre palabra y acción cuando se emprende el análisis del discurso populista, ya que una palabra considerada populista podría esconder actos que no lo son, y de manera inversa actos considerados como tales podrían ser ocultados por palabras que no lo son. Y esto debe incitarnos a ser prudentes en las comparaciones que podrán realizarse entre los discursos de un actor político. Por ejemplo, si se quiere comparar los discursos de un Perón en Argentina, de un Chávez en Venezuela y de un Lula en Brasil, habrá que indagar las similitudes y diferencias, pero también tener en cuenta sus acciones : Perón, que otorgó en la Argentina la Seguridad social ; Chávez, que creó las "Comisiones" y "Consejos" ("Consejos comunales"), lugares de democracia local ; Lula que instrumentó medidas educativas y urbanísticas a favor de las Favelas. Más allá de la diferencia de los discursos de estos jefes de Estado, las acciones a favor de los desheredados no son del mismo orden. Del mismo modo, podría difícilmente compararse el discurso populista de quien nunca accedió al poder supremo (como el caso en Francia del general Boulanger, de Poujade y de Le Pen), con quienes han ejercido o ejercen el poder, como fue (o es) el caso en Italia, en África, en América latina, Austria y en algunos países del este europeo.
Por lo tanto, de lo que aquí se trata es del análisis del discurso populista, y no del populismo, aunque esto no impide que nos interroguemos sobre las relaciones entre lenguaje y acción, entre retórica discursiva y modo de gobernanza.
El segundo problema se refiere a la postura que debe adoptar el investigador al abordar el análisis de una cuestión política. Si bien el investigador, se sabe, no está exento de posicionamiento ideológico, e incluso político, ¿debe acaso hacerlo valer en su trabajo de investigación ? ¿Debe, por ejemplo, construir sus objetivos de investigación en función de una finalidad axiologizada ? La ética del investigador exige que no se confunda discurso de análisis crítico con discurso de denuncia. En las ciencias humanas y sociales, el discurso de análisis es por definición crítico, en el doble sentido de revelación de lo que está oculto respecto de cierta doxa, y de inquietud teórico-metodológica. La denuncia, por su parte, depende de una postura política que está totalmente justificada fuera del trabajo de investigación. No es una cuestión de neutralidad, sino una cuestión de probidad. Es un llamado a una reflexividad del investigador frente a sus objetivos de análisis y a su propia metodología, como lo han subrayado Juliette Rennes [1] y Denis Barbet [2] en dos escritos recientes.
Tal postura durante el análisis contribuiría a evitar, en lo que atañe al discurso populista, cuestiones apriorísticas y ciertas confusiones. Una cuestión apriorística sería por ejemplo no considerar que el discurso populista puede ser detentado por personalidades políticas pertenecientes tanto a la derecha como a la izquierda del tablero político, o no tratar el discurso populista como parte integrante de la democracia. Las confusiones incluirían en la misma bolsa a diversos tipos de discursos populistas, sin permitir establecer diferencias entre populismo, nacionalismo y fascismo. Existe una multiplicidad de discursos populistas, en contextos sociales e históricos diferentes, y el papel del investigador es justamente distinguirlos y definirlos.
Es por ello que no abordaré en esta exposición la especificidad del discurso populista latinoamericano, aun cuando lo mencione a modo de ilustración y de interrogación. Me abocaré preferentemente a tratar la cuestión del modo de cuestionamiento haciendo ciertas comparaciones, de manera tal de sugerir algunas líneas de análisis. Pero a fin de encuadrar mejor las cosas, creo necesario presentar brevemente un estado de la cuestión para luego inferir un marco de estudio en el que podrá plantearse la problemática.
Una primera dificultad se presenta al intentar definir el término « populista », ya que se constata una variación en su uso. Esto hace que la palabra tome sentidos particulares según el sujeto hablante que la profiere. En primer lugar destacamos que en el uso corriente, termina por perder su especificidad, al emplearse a menudo como equivalente de demagógico, de poujadista, a veces de racista e incluso de fascista. Amalgamas que no pueden aportar gran luz sobre su sentido.
Cuando los sujetos que hablan son actores políticos, se observa que el término de populista es empleado tanto por la derecha como por la izquierda para estigmatizar al partido adverso o para defenderse de la estigmatización adversa [3]. Muchas veces para la derecha, la izquierda es populista porque manipula a las clases obreras y populares ; para la izquierda, la derecha es populista porque manipula a las clases medias y populares (poco politizadas) con discursos que buscan generar la emoción más primitiva (el miedo). En otros términos, en un caso como en el otro, el populista es el otro, que para expresarse emplearía una retórica simplista y esencialista.
Pero los políticos no son los únicos que estigmatizan al otro. Los economistas, por ejemplo, se quejan de que los políticos no hablan lo suficiente de los problemas económicos y lo atribuyen a dos causas. Para unos, es por ignorancia por cuanto, según ellos, los políticos ignoran los verdaderos problemas económicos y no tienen formación adecuada ; para otros, es por falta de coraje pues temerían proponer al país una política con medidas impopulares por temor a contradecirse. Por lo tanto los economistas tratan a los políticos de « populistas » ya que éstos prefieren no hablar más que de cuestiones sociales con fuerte tenor emocional : la inmigración, la violencia y la inseguridad, etc.
Finalmente, para sumar empleos y sentidos de esta palabra, algunas personalidades políticas llegan hasta reivindicar la calificación de populista dándole un sentido positivo : « Si ser populista es reconocer al pueblo la facultad de opinión, el derecho a expresarla y a escucharla, entonces sí, porque también eso es ser demócrata » [4].
También es necesario realizar un rápido recorrido histórico de los diferentes intentos de teorización, dado que éstos evolucionan entre los anatemas de los juristas y psicólogos neodarwinianos del siglo XIX, para quienes el populismo es una especie de nacionalismo desnaturalizado e incluso la antecámara del totalitarismo, y posturas modernas [5], para las que el populismo debe ser integrado en la democracia como uno de los tipos de gobierno : « cuando las masas populares están excluídas durante mucho tiempo de la arena política, (…) », entonces, « el populismo, lejos de ser un obstáculo, es una garantía de democracia, ya que evita que ésta se transforme en pura gestión » [6].
Históricamente, hacia fines del siglo XIX aparece un movimiento socialista progresista en Rusia y paralelamente un movimiento rural conducido por los chacareros del oeste y sur de los Estados Unidos de América, ambos acompañados por un discurso crítico contra el capitalismo. Pero sobre todo en el siglo XX aparecen movimientos más reivindicativos y violentos, todos acusados de populismo.
En los años veinte y treinta, el populismo provincial del sur de los Estados Unidos con el « Klu-Klux-Klan » que hace enfrentar a los pequeños comerciantes y paisanos de los pueblos contra los grandes centros urbanos, y que practica una intolerancia antiintelectualista, xenófoba y antisemita. En los años treinta y cuarenta, el populismo racista y fascista de la Alemania nazi instaurado por el aparato de Estado. En los años cincuenta, el « Maccarthismo » antiintelectualista y antielitista bajo la cobertura de anticomunismo paranoico [7].
Sin embargo, la expresión « régimen populista » se empleó con mayor insistencia referida a los regímenes políticos originados en América Latina a partir de los años cincuenta : el « peronismo » de Juan Domingo Perón en Argentina, el « getulismo » de Getulio Vargas en Brasil, y más tarde el « caudillismo » de Menem en Argentina, el populismo denominado liberal de Color de Melo en Brasil (1989-1992), el de Alberto Fujimori en Perú (1990-2000), y ahora el llamado socialismo de Chávez en Venezuela. Hay que señalar que estos regímenes aparecen en un contexto de modernización y de enriquecimiento de las clases superiores que permite que se generen dos tipos de discursos : uno, a la vez paternalista y anticapitalista, dirigido a la clase obrera y a la clase media (el « Justicialismo » argentino al defender los derechos del trabajador) ; otro, autoritario, dirigido a las diversas capas de la sociedad que van desde el proletariado hasta el ejército, contra el imperialismo norteamericano (el chavismo). Se trata aquí de populismos que comparten el ser nacionales y populares.
Paralelamente, en Francia se desarrollan diversas figuras de populismo. El « poujadismo » en los años cincuenta, con discursos xenófobos y antiintelectualistas, dirigido a pequeños comerciantes artesanos. Más tarde, al cabo de unos treinta años (los « treinta gloriosos »), un retorno del empleo del término « populismo » a partir de fines de los años ochenta, populismo calificado de « nacional-popular » respecto de los discursos de Jean-Marie Le Pen reclamando « la preferencia nacional », y, más tarde, de « liberal-popular » al tratarse de los discursos de Bernard Tapie, que elogiaba la empresa y el empleo de los jóvenes. Incluso se calificó de populismo « híbrido » las declaraciones de Nicolas Sarkozy durante la campaña electoral de 2007, híbrido porque manejaba alternativamente un discurso de « liberalismo económico » dirigido a la patronal, a las empresas y a las profesiones liberales, y un discurso de « protección a los débiles » dirigido a las clases populares.
Estas diferentes figuras del populismo muestran que no se puede delimitar una definición única de esta noción ya que los contextos históricos y políticos la modifican de manera variable. Habría populismos « clasistas », incluso « etnicistas » (racistas) ; populismos « nacionalistas », más o menos autoritarios, que apuestan a la identidad nacional y la segregación ; populismos « neoliberales », coyunturales, que se manifiestan en las campañas electorales por medio de expresiones demagógicas [8], con el fin de seducir a las masas populares. En América Latina, a pesar de la impresión de homogeneidad civilizacional que algunos puedan tener, vista desde Europa, las tradiciones culturales y políticas son diversas. Como lo subraya Gabriel Vommaro en su introducción a La "carte rouge" de l"Amérique latine, en los años 40-50 aparecen los populismos con Perón en Argentina y Vargas en Brasil ; en los 60-70, son los movimientos de una izquierda marxista revolucionaria que dominan sobre el modelo cubano ; los años 70-80 conocen dictaduras militares, en América del Sur y Central ; y entre los años 90 y 2000, se instalaron regímenes de un socialismo, ya sea democrático (Chile), indigenista (México, Bolivia, Ecuador), populista (Chávez) o popular (Lula) [9].
A pesar de esta diversidad, es posible, por lo menos en lo que concierne a los discursos producidos por los grandes líderes populistas, encontrar algunos puntos en común que permitan delimitar los contornos del populismo.
En primer lugar, puede observarse que éste nace siempre en una situación de crisis social, que puede ser diferente según los países y las épocas : crisis económica, como fue (es) el caso de América Latina y Europa occidental (Francia, Austria, Holanda) ; crisis identitaria y moral (sociedades que rechazan la multiculturalidad en nombre de una identidad propia) ; crisis de cambio de régimen político como es el caso de muchos países del Este, luego de la caída del muro de Berlín, que deben ajustarse a una nueva economía de mercado y descubren el ultranacionalismo.
Además se ve, en todos los casos de populismo, la presencia de un líder carismático fuerte, aunque éste construya su liderazgo sobre imágenes diferentes según las culturas (estas imágenes no son las mismas en Europa, en América Latina o en África). Este líder no tiene un programa político propiamente dicho, sino que promete romper con las prácticas del pasado, terminar con la corrupción y otorgar su poder al pueblo.
También se constata que, desde el punto de vista ideológico, el populismo no tiene homogeneidad. Si se retoman los pocos elementos del recorrido histórico, se observa la heterogeneidad de las posturas. En América Latina, por ejemplo, el populismo de Perón fue de tipo autoritario, incluso fascista para algunos, con apoyo en la clase obrera y en las fuerzas armadas ; el de Alberto Fujimori fue de corrupción pero declarando querer terminar con la corrupción y haciendo arrestar a A. Guzman, el jefe de Sendero Luminoso ; el de Chávez, en Venezuela, es fuertemente antiaamericano, procubano y socialista, pero imponiendo de manera autoritaria comisiones de gestión económica y consejos comunales ; el de Lula, es más flexible, queriendo quedar bien con Dios (la ayuda a las poblaciones de las favelas) y con el diablo (la economía de mercado).
En Francia, el general Boulanger encabezaba una oposición nacionalista y antiparlamentalista elogiando a los revanchistas de la guerra de 1870, los bonapartistas y los monarquistas, pero con el apoyo de Gambetta, un hombre de izquierdas, y Rochefort, un ex communard. No fue el caso de Poujade que se apoyó más bien en los artesanos, comerciantes, agricultores y representantes locales de diversas tendencias. En cuanto a Le Pen, si bien se inscribe por un lado en la tradición de los nacionalistas monárquicos y de los liberales de derecha [10], su ideología es ante todo de extrema derecha, antisemita y xenófoba.
Esta constatación de no homogeneidad ideológica debería incitarnos a ser prudentes en cuanto a la manera de categorizar al populismo.
Para analizar un fenómeno social, conviene señalar desde qué punto de vista lo hacemos, es decir en qué disciplina de las ciencias humanes y sociales nos situamos, y dentro de ésta, qué orientación seguimos. Se trata aquí de un análisis que considera las palabras en función del proceso de su enunciación dentro de cierto dispositivo de comunicación. Así, se puede decir que el sentido que transmite un discurso depende del efecto que produce, dado que en toda situación de comunicación, éste resulta del encuentro entre un sujeto hablante y un sujeto interpretante. Durante mucho tiempo se ha analizado qué dice el discurso sin preguntarse por los efectos que éste produce en los sujetos que lo interpretan. El poder del lenguaje no está solamente en lo que dice, sino en lo que transmite. Siguiendo a Roland Barthes, recordemos que el signo no sólo « significa » en sí mismo, sino que « significa a », dando ambos como resultado el fenómeno de significancia.
Al tratarse del discurso político, el poder de influencia de las palabras no reside sólo en la fuerza del proyecto de idealidad social del que son portadoras, sino en su repercusión en los sistemas de espera ciudadanos (efecto de espejo), los cuales son sensibles a los valores, al carisma de las personalidades políticas y a la emoción situacional. Nuestra posición, en todo caso, consiste en plantear que no es la enunciación la que está al servicio de las palabras y de las ideas como si éstas la precedieran, sino que son las palabras y las ideas las que se encarnan y cobran sentido a través de su enunciación. Y por tanto, para poder juzgar sobre el populismo de un discurso, hay que analizarlo en el contexto sociohistórico donde aparece y en la situación de comunicación que genera cierto proceso enunciativo.
Razón por la cual debemos comenzar por preguntarnos cuáles son las condiciones generales de escenificación del discurso político para percibir cuáles serían las características propias del discurso populista. Y para ello, se examina el funcionamiento de la palabra cuando ésta se manifiesta en el espacio público y luego en el espacio político.
Toda palabra que es proferida en un espacio público circula entre tres instancias : una instancia de producción, una instancia de recepción y una instancia de mediación, y su sentido depende del juego que se establece entre dichas instancias.
La instancia de producción, aun cuando está configurada por una persona en particular, es siempre una persona en tanto representa un colectivo más o menos homogéneo : una institución política, un partido, un sindicato, una asociación, un organismo de información o incluso una entidad comercial. Por lo tanto está legitimada por una especie de contrato social de comunicación, ya sea en su derecho de elogiar un proyecto político (para hacer votar), en su derecho de justificar o defender una idea (para hacer adherir la opinión pública), en su « derecho de informar » (para alimentar la opinión ciudadana), o bien en su derecho de elogiar un producto (para hacer comprar). Esta instancia de producción actúa de manera voluntaria y su problema depende de la credibilidad de sus dichos y de su fuerza de persuación.
La instancia de recepción representa, bajo diversas configuraciones, un público heterogéneo y no cautivo a priori. Pero, desde el punto de vista de la instancia de producción, está construida como « destinatario-blanco », más o menos determinado, de una palabra que supuestamente lo implica, ya sea como beneficiario de un bien futuro (político, social o comercial) del que es llamado a apropiarse, o como amenazado por un peligro del que es llamado a protegerse. En ambos casos, la instancia blanco está ubicada en posición de deber creer que puede ser el agente de una búsqueda que le resultará beneficiosa.
La instancia de mediación tiene como función poner en contacto las dos instancias precedentes. Pero a su vez es instancia de producción de una escenificación y construye por consiguiente una instancia destinataria que no coincide necesariamente con la precedente. Además, debe ser legitimada en su papel de transmisor de información, lo cual genera ciertas exigencias de responsabilidad.
De este modo, debido a que implica actores colectivos, toda palabra que circula en el espacio público está sometida a una exigencia de simplicidad, ya que dirigirse a las masas es dirigirse a un conjunto de individuos heterogéneos desde el punto de vista de su nivel de instrucción, de su posibilidad de comprensión y de su experiencia de la vida colectiva : simplicidad de la lengua por la elección de una sintaxis y de un vocabulario simples, simplicidad en el razonamiento, lo que conduce al orador a abandonar el rigor de la razón a favor de la fuerza de verdad de lo que está enunciando, diciendo no tanto lo que es verdadero, sino lo que él cree verdadero y que debe creerse como verdadero.
La palabra que circula en el espacio público es una palabra emitida sin que se tenga el total manejo de sus efectos, y con la suposición razonable de que será interpretada de diversa manera. Analizarla nos lleva a interrogarnos sobre la identidad de quien la emite, sobre el público al cual está dirigida, sobre el dispositivo de la situación de mediación en el cual se inscribe, sobre su finalidad (informar, prescribir, persuadir, etc.). Además, el espacio público está a su vez estructurado en diversos espacios o campos de actividad (científico, jurídico, religioso) entre los cuales se encuentra el campo político.
El espacio político confronta una instancia política y una instancia ciudadana también confrontadas por una instancia de mediación. Pero lo que caracteriza más particularmente a este espacio es que la instancia política rivaliza con una instancia adversa, ambas implicadas en un juego de poder.
La instancia política, en posición de conquista o de ejercicio del poder, tiende hacia un « actuar sobre el otro » con fines de adhesión de éste a sus promesas o a su acción. Pero como en un régimen democrático el poder resulta a la vez de un « consentimiento » (Hanna Arendt), de una « dominación legítima » (Max Weber) y de una « organización administrativa » (J. Habermas) [11], la instancia política está obligada a ejercer este poder en nombre : de un derecho que se le atribuye por el juego de la representación mayoritaria resultante de la delegación del poder por el pueblo ; de un saber y de un saber-hacer que debe justificar su competencia ; de una elección de valores, compartidos supuestamente por la instancia política y por la instancia ciudadana con el objetivo de fusionarse en un determinado ideal de « convivencia ».
En el espacio político, la instancia de recepción es una instancia ciudadana, que sabe que tiene una responsabilidad en su papel de delegación de poder, y al mismo tiempo un derecho de mirada sobre la acción política, instituyéndose así en posible contrapoder.
Dadas estas características del espacio político, de esta obligación de hacer adherir al ciudadano a su propio proyecto o a su acción política, el sujeto político debe desplegar estrategias discursivas diversas : estrategias de construcción de imágenes de sí mismo, de manera tal de hacerse por un lado creíble a los ojos de la instancia ciudadana (ethos de credibilidad), por otro, atractivo (ethos de identificación) [12] ; ethos de identificación que plantea el problema de la frontera con los efectos de pathos ya que éste busca conmover al ciudadano ; estrategias de presentación de los valores de manera tal que el ciudadano adhiera a ellos con entusiasmo.
Se observa que el discurso político es un lugar de verdad capciosa, de « simular » dado que lo que cuenta no es tanto la verdad de esta palabra proferida públicamente, sino su fuerza de verdad, su veracidad, por sus condiciones de dramatización que exigen que los valores sean presentados según un guión dramático capaz de conmover al público, de manera positiva o negativa, ya sea para hacerlo adherir al proyecto que se defiende, o para disuadirlo de seguir un proyecto adverso. Escenario triádico en el cual instancia política e instancia adversa compiten por la conquista de la instancia ciudadana. Este escenario se compone de tres momentos discursivos : (1) probar que la sociedad se encuentra en una situación social juzgada desastrosa y que el ciudadano es la primera víctima ; (2) determinar la fuente del mal y su responsable (adversario) ; (3) anunciar finalmente qué solución puede ser aportada y quién puede ser el portador.
Si bien el populismo es una « actitud política que consiste en reclamarse del pueblo, de sus aspiraciones profundas, de su defensa contra los diversos perjuicios de que es objeto », como propone el diccionario Larousse [13], casi no se observa diferencia con lo que define al discurso político en general. Participa de estrategias persuasivas de cualquier discurso que consisten en captar a su público en nombre de valores simbólicos llegando a la razón y a la emoción.
En estas condiciones, el discurso populista sólo puede ser visto como una transformación del contrato político, como una estrategia de manipulación, en la medida en que maneja las mismas categorías que el discurso político, pero en exceso, un exceso que juega sobre la emoción en detrimento de la razón política, emoción capaz de engañar al pueblo sin que éste sospeche. Se aplica para escenificar : (1) una descripción catastrófica de la situación social de la que es víctima el pueblo ; (2) una denuncia de los culpables, entre los cuales se encuentran la clase política, las élites aisladas del pueblo, las instituciones que habrían perdido toda autoridad y la burocracia, fuente de todos los males ; (3) la exaltación de valores y (4) la aparición de un hombre/mujer providencial, carismático, visionario, capaz de romper con el pasado y que será el salvador de la sociedad.
Como la manera de proceder a esta escenificación y los modos de manipulación discursiva dependen del contexto cultural y de las circunstancias históricas en los cuales se desarrolla este discurso, conviene describir de manera sistemática los diferentes componentes.
El populista necesita que las clases populares estén disponibles, es decir en un estado de fuerte insatisfacción. Para ello, va a tratar de explotar su « resentimiento ». Ahora, ¿cómo lo hace ?
a) ¿Habla de la situación económica insistiendo sobre las cargas sociales que pesan sobre las empresas, sobre las situaciones de precaridad de los trabajadores (desempleo, despidos) y sobre la disparidad entre ricos y pobres, o el empobrecimiento general de la nación ?
b) ¿Habla de la decadencia moral de la nación, de la pérdida de referencias identitarias, particularmente de la identidad nacional, de la pérdida de civismo y por lo tanto del relajamiento del vínculo social ? [14]
c) ¿Insiste en el estado de victimización de los ciudadanos, los « desclasados », los « subalternos », los « pequeños » (el « pequeño pueblo » contra « los grandes »), víctimas de la inseguridad por falta de protección policial y de autoridad judicial ? [15] En resumen, ¿cómo procede el populista para crear la « angustia » del ciudadano ?
La causa del mal suele estar designada de manera vaga y el culpable no debe estar perfectamente determinado de manera de dejar sobrevolar la impresión de que está oculto en las sombras, manejando sus asuntos a escondidas, lo que permite sugerir que existen complots.
a) El discurso populista debe hacer creer a la gente que todo sería simple, si no se opusieran a sus aspiraciones « máquinas », un « sistema » abstracto que bloquea a la sociedad. ¿Cómo están descritos ? ¿Acaso es el Estado el que habría perdido toda autoridad ? ¿Son acaso las diversas formas de representación política y mediática : « la clase política », « las élites frías y calculadoras », aisladas en su torre de marfil, a veces corruptas, siempre cobardes, o « el establishment » ? De una manera general, ¿acaso son las instituciones políticas y la burocracia, los tecnócratas que confiscan el poder por su acción administrativa, como lo declara en Francia Jean-Marie Le Pen :
« El establecimiento, que se trata de derrocar por una revolución de salvación pública, designa la clase dirigente que impone hoy su poder. Los derechos humanos son tablas de la Ley. Tiene sus evangelios según San Freud y San Marx. Tiene su clérigo, su arquitecto y sus constructores. Su lugar de culto, el Panteón republicano, sus ritos, predica la moral. » [16] ?
b) La causa del mal también puede estar representada por personas o grupos que aparecen como adversarios que hay que combatir, por cuanto pertenecen a un grupo, un partido, una ideología : los marxistas, los socialistas, los capitalistas, los fascistas y otros grupos partidarios juzgados portadores de una ideología contraria a la suya propia [17]. ¿Cómo son descritos ?, ¿como lobbies (el lobby « antirracista » o el de « los derechos humanos » para Jean-Marie Le Pen), mafias (« este partido mafioso, que practica la exclusión »), grupos de interés (« los del capitalismo anónimo, los de las transferencias financieras masivas de la especulación, los de las grandes multinacionales … » [18]), u oligarquías (« una oligarquía internacional y cosmopolita… » [19]) ? Ahí está el enemigo interior. Para Hugo Chávez, como para muchos líderes populistas, el enemigo interior es “la oligarquía”.
c) Pero también hay un enemigo exterior que suele presentarse como una entidad abstracta con el fin de provocar el miedo frente a una amenaza real o potencial, en una presencia-ausencia de fuerza oculta. En Francia, desde hace algunas décadas, es la inmigración, acerca de la cual citamos un pequeño florilegio : « Además, la presencia masiva de inmigrantes en numerosos barrios populares provoca un gran deterioro de las condiciones de vida de los franceses » [20] ; « (…) hegemonías extranjeras, inmigración, disminución de la natalidad, inseguridad del estatismo dirigista y de la burocracia fiscalista » [21] ; « [Los inmigrantes] van a arruinarnos, a invadirnos, a sumergirnos, a acostarse con nuestras mujeres e hijos ». Es raro que el discurso populista no apueste a la xenofobia, sugiriendo amenaza y conflicto de civilizaciones, y uno se preguntará qué grupo extranjero desempeñará el papel de chivo expiatorio. Elvira Arnoux, que realizó un excelente análisis del discurso de Chávez, muestra cómo éste sataniza la figura del imperio de los Estados Unidos, transformando al enemigo exterior en enemigo interior : « El Diablo está en casa, pues. El Diablo, el propio Diablo está en casa. Ayer vino el Diablo aquí, ayer estuvo el Diablo aquí, en este mismo lugar. (…) el señor presidente de los Estados Unidos, a quien yo llamo "el diablo", vino aquí hablando como dueño del mundo » [22].
Ya sea este enemigo interno o externo, el discurso populista lo describe de manera vaga, como si estuviera oculto, como una bestia en la sombra lista para atacar. Se trata de sugerir que se prepara un complot y que estos enemigos son conspiradores. El tema del complot está presente en casi todos los discursos populistas. Es que se trata, en fin de cuentas, de encontrar un chivo expiatorio estigmatizando la fuente del mal, denunciando un culpable que viene a reemplazar a una víctima inocente [23], para orientar la violencia contra ese culpable, de manera de desencadenar el deseo de su destrucción que lograría la reparación del mal (función de catarsis). ¿Es el inmigrante, el extranjero, el judío, el árabe, o las élites, el Estado, la Administración, el verdadero culpable que se ofrece en lugar del pueblo inocente ?
El discurso populista, siguiendo el ejemplo del discurso político, debe proponerse un proyecto de « idealidad social » en el cual se muestren valores que se supone representan el fundamento del vínculo que une a los miembros de una comunidad social. Pero el discurso populista contiene a este respecto una especificidad : exalta valores que abrevan en la historia del país y en sus tradiciones para encontrar allí lo más auténtico, lo más verdadero, lo más puro, con el fin de reconstruir una identidad perdida por la crisis social y la fuente del mal mencionada anteriormente. Se introduce así en el terreno de lo simbólico, de lo que debe hacer la nobleza de lo político, idealidad social que debe reparar el mal existente.
Por lo tanto se trata de ver cómo el discurso populista saca partido de las características históricas, identitarias y culturales propias a cada país. ¿Es la identidad nacional ? La temática de la « nación » suele ser explotada para exhibir el fundamento de la identidad colectiva, e incluso el « mito de la nación orgánica » y la independencia económica como derecho a disponer de sus propios recursos, contra el explotador privado o extranjero que priva al pueblo de su bien « natural » [24]. A veces, la identidad nacional se confunde con una identidad comunitaria al declarar que esta identidad es la identidad originaria y que hay que recuperarla para salir del resentimiento [25] en el cual los enemigos interiores y exteriores han subsumido al pueblo. En esta oportunidad aparece la ideología discriminatoria del populista, como lo muestra la siguiente declaración de Jean-Marie Le Pen : « Sí, estamos a favor de la preferencia nacional porque estamos a favor de la vida contra la muerte, de la libertad contra la esclavitud, de la existencia contra la desaparición » [26]. Pero también, una ideología « naturalista » que funda lo cultural en la naturaleza : « Somos criaturas vivientes. […] Formamos parte de la naturaleza, obedecemos a sus leyes. Las grandes leyes de las especies gobiernan también a los hombres a pesar de su inteligencia y a veces de su vanidad. Si violamos esas leyes naturales, la naturaleza no tardará en vengarse. Necesitamos seguridad. Y para esto necesitamos como los animales de un territorio que nos la otorgue. » [27].
Pero en otros contextos, recurre por el contrario a una vasta comunidad histórica y civilizacional. Por ejemplo, Elvira Arnoux, que indaga en la matriz del discurso latinoamericano, cita las declaraciones de Chávez en las cuales exalta una identidad y una comunidad sudamericana : « (…) no nacional, no nacional venezolano, no nacional argentino, no nacional brasileño, no nacional boliviano o uruguayo ecuatoriano, sino nacional suramaricano » [28]
Es por ello que se suele recurrir a valores de filiación y de herencia : « Creemos que Francia ocupa un lugar singular en Europa y en el Mundo, porque nuestro pueblo resulta de la fusión única en sí de las virtudes romanas, germánicas y celtas » [29] o incluso : « Que se trata de nuestra tierra, de nuestros paisajes, por cierto, tal como fueron dados por el Creador pero tales como fueron defendidos, conservados y embellecidos por quienes poblaron este territorio desde hace milenios y de quienes somos hijos » [30]. Algunos analistas del discurso latinoamericano también han encontrado diversas filiaciones a través de las referencias en los discursos : referencia a la tradición bolivariana y al « árbol de las tres raíces » en Chávez [31], referencia a los movimientos de liberación al citar al "Che" en Evo Morales [32].
Y como el populista pretende otorgar al pueblo el poder de decisión, su discurso promete una redención por la liberación del yugo impuesto por las élites y los aparatos administrativo-políticos. Promete por tanto el restablecimiento de la soberanía popular [33] por una acción directa, inmediata, mediante un corto circuito en las instituciones, la ilusión de una promesa performativa en la que retumban eslóganes de reivindicación tales como « ahora ». Negar la dimensión temporal es una característica del discurso revolucionario pero también del discurso populista : es hacer creer que « todo es posible enseguida », que el milagro del cambio es realizable. Es una manera de movilizar la esperanza.
También deben relevarse las medidas que propone el populista para terminar con la crisis. Generalmente éstas son vagas, porque no se trata tanto de proponer una solución pragmática como de señalar acciones que a su vez obedecen a valores defendidos. Por ejemplo, en Francia, suelen mencionarse medidas de coerción policial más o menos enérgicas para solucionar los problemas de inseguridad (reconducción a la frontera de los inmigrantes clandestinos, más medios para la policía, leyes que aumenten las penas, casas cerradas para los jóvenes, etc.). Para resolver los problemas económicos suelen proponerse reducciones de impuestos para los particulares o menores cargas sociales para las empresas, aumentos de salario para los trabajadores, sin que estas medidas sean objeto de un cálculo presupuestario. Se trata por ende de analizar estas medidas preguntándonos a qué ideología o doctrina obedecen.
Cualquier hombre o mujer en tanto sujeto político debe presentarse como diferente de los demás o de sus predecesores, debe mostrar energía, fuerza de convicción y de sinceridad. Pero también debe ser capaz de seducir a las multitudes, y esto sólo es posible, a pesar de todos los asesores de marketing político, dejando que se exprese lo profundo de su personalidad, ese algo irracional que se llama « carisma ».
¿En qué se diferencia el actor populista del actor político no populista ? ¿En qué residen las especificidades de su discurso ? Una vez más en el exceso. En la manera de construir su imagen, de defender ciertos valores y de interpelar al pueblo. He aquí algunas de sus estrategias.
El representante del pueblo. El populista dice : « Yo soy el verdadero pueblo ». Y llama al pueblo a manifestarse en un impulso colectivo, a superarse a sí mismo y fundirse en un « alma colectiva », colocando su deseo de salvación sobre un personaje « fuera de serie ». Debe haber fascinación y trascendencia, ya que el vínculo entre el jefe y el pueblo debe ser de orden sentimental más que ideológico [34]. Hay en esta manera de afirmarse como el representante directo del pueblo algo así como el deseo de obtener una « legitimidad plebiscitaria » que resulta de un cara a cara directo entre el líder y las masas. Por lo tanto es menester dilucidar en los discursos de los populistas la manera en que éstos manejan la proximidad y representación del pueblo. Elvira Arnoux cita la siguiente afirmación, emblemática si las hay, de esta apropiación del pueblo en la figura del líder : « Porque Chávez no es Chávez. Chávez es el pueblo venezolano. Vuelvo a recordar al gran Gaitán cuando dijo (…) : "Yo no soy yo, yo soy un pueblo" » [35].
Un ethos de autenticidad. El populista dice (o insinúa) : « Yo soy tal como ustedes me ven », « Hago lo que digo », « No tengo nada que esconder ». Se trata de establecer una relación de confianza ciega. Berlusconi en 1994 y Sarkozy en 2007 lanzaban a quien quisiera escuchar : « ¡Confíen en mí ! » para el primero, « ¡Todo es posible ! », para el segundo, agregando ambos « Mi éxito lo prueba ». Podríamos preguntarnos cómo Perón y Menem en Argentina, Collor en Brasil, Fujimori en Perú y Chávez en Venezuela construyen este ethos de autenticidad.
Un ethos de potencia. El populista dice « Nada puede oponerse a mi voluntad ». Debe demostrar no solamente que tiene energía, sino que está dotado de una fuerza y de una potencia capaces de subvertir el mundo y arrastrar multitudes. Con este objetivo (si bien una parte obedece a su temperamento) el comportamiento oratorio del populista se caracteriza por arrebatos de protesta [36], fórmulas de choque o manejo de la ironía [37], exabruptos, al que está acostumbrado el populista francés Jean-Marie Le Pen con juegos de palabras negacionistas (« La Shoa no es más que un detalle de la historia », « Durafour crematorio » [38]). En este caso también conviene estudiar la manera en que líderes como Chávez construyen este ethos de potencia que sólo tiene como objetivo fascinar a su auditorio.
No obstante, el populista debe mostrar que esta voluntad de potencia no está al servicio de una ambición personal sino al servicio del interés general, del bien del pueblo. En consecuencia se postula como el garante de la identidad recuperada : ya sea salvador de la identidad nacional (se hace « soberanista »), o defensor de la identidad de las clases populares (se hace « paternalista »). Y como el populista mantiene la idea de que hay fuerzas adversas que se oponen a la construcción de su proyecto popular, se erige en vengador que apela al odio de los enemigos anteriormente citados (hay que « hacer pagar a los ricos »). Por lo tanto declara que tiene la voluntad de romper con las prácticas políticas del pasado : las de una clase política juzgada demasiado « laxista », laxa a veces « corrupta » [39], y en todo caso demasiado distante del pueblo, incluso indiferente, incapaz de escucharlo. El populista, por su parte, pretende estar atento al pueblo y se declara cercano a él. La ruptura y la proximidad son temas característicos del discurso populista.
Evidentemente, estos ethos dependen de la manera en que cada cultura se representa la autenticidad, la sinceridad, la potencia. Las imágenes de autenticidad o de potencia capaces de fascinar a una parte de los franceses podrían parecer ridículas a latinoamericanos y viceversa. Para seducir a una parte del pueblo, entusiasmarlo y hacer que se identifique con el líder, es necesario que las imágenes se propaguen a los sistemas de espera que más se imponen en una sociedad. Conviene pues analizarlas en función de los imaginarios sociales que circulan en un grupo social. Es muy probable que no sean las mismas en los países latinoamericanos y en los países europeos, y que sean diferentes de un país a otro, incluso dentro de un mismo continente. De cualquier manera es una de las condiciones para poder realizar análisis comparativos e indagar en las diferencias y similitudes entre las diversas formas en que se manifiesta el discurso populista.
No obstante ello, una constante de ese discurso, más allá de las diferencias, es el siguiente : el verdadero populista debe aparecer bajo una figura de jefe carismático. O bien, y según las referencias culturales, se presenta como conductor o pastor, en todo caso como « guía » del pueblo ; o bien, más aguerridamente, como el « caballero blanco sin miedo y sin reproches » preparado para combatir las fuerzas del mal. Se observa que en todos estos casos subyace la figura del profeta. El profeta es portador de un mensaje, desempeña un papel de médium entre una voz del más allá y el pueblo. El profeta, inspirado por esta voz, anuncia : anuncia amenazas, catástrofes potenciales o anuncia el advenimiento de un bienestar futuro. Es por ello que puede decirse que el populista, aun cuando no se aferra a un pensamiento religioso, se presenta como una especie de Salvador bíblico, capaz tanto de diseminar sus rayos sobre los malos como de prometer la felicidad suprema (un paraíso, una Edad de oro, un futuro promisorio). Su discurso se estructura según el orden narrativo de un relato en tres tiempos : estigmatización de un mal > proceso de purificación > transformación radical e inmediata de la sociedad (milagro). Por consiguiente no sorprende que en ciertos países, el populismo esté acompañado por el éxito de sectas pentecostistas y evangélicas [40]. Hay similitudes entre el hombre providencial populista y el profeta. Hugo Chávez lo comprendió muy bien cuando, al apoyarse en un profeta del pasado, se erigió en su representante : « Simón Bolívar, el Libertador de Suramérica y líder inspirador de la revolución (…), un día soñó, en su delirio por la justicia, haber subido a la cumbre del Chimborazo. Y allá, sobre las nieves perpetuas del espinazo de los Andes, recibió un mandato del señor tiempo, anciano sabio y de larga barba : "Anda y di la verdad a los hombres". Hoy he venido aquí, como portaestandarte de aquel sueño bolivariano, para clamar junto a ustedes : ¡Digamos la verdad a los hombres ! » [41], versión pagana de la Biblia.
El líder populista debe ser un « maestro de la palabra » por el manejo de un lenguaje y de una retórica que participan de la dramaturgia política. Una vez más, llevan al exceso las características del discurso político. Su lenguaje debe ser particularmente simple y comprensible, tanto más cuanto pretende erigirse contra el lenguaje estereotipado.
Desde el punto de vista de la fraseología, usa y abusa de frases nominalizadas y de giros impersonales con modalidades que expresan la evidencia, ya que se trata de conmover las conciencias mediante el empleo de fórmulas, a veces metafóricas, destinadas a esencializar el mal que padece el pueblo, la figura de los culpables o la esperanza de días mejores : el mal será designado por palabras que remiten al miedo, a la decadencia, a la desesperación, los culpables serán demonizados, la esperanza será como un camino de luz [42].
Desde el punto de vista de lo que se denomina el registro de lengua, el populista utiliza a menudo un vocabulario familiar, a veces vulgar, incluso escatológico [43] o insultante respecto de los adversarios [44], a veces aguerrido, que se permite, como se ha visto, exabruptos, juegos de palabras, reflexiones irónicas que actúan como flechas envenenadas.
Su argumentación simplifica las relaciones de causa a efecto (« Un millón de inmigrantes, un millón de desempleados » profería Jean-Marie Le Pen en los años noventa) ; practica la amalgama en la descripción de los actos de agresión mezclando actos menores y actos mayores (gran bandolerismo, pequeña delincuencia, ratería, destrozos, violaciones colectivas, golpizas, etc.) ; o la amalgama de las causas (por ejemplo, poner en un mismo saco causas de la inseguridad : el desempleo, el uso de droga, la ineficacia policial, el laxismo de la Justicia, la indiferencia de las élites políticas). Y para respaldar sus dichos, recurre a cifras y porcentajes proferidos a voz de jarro sin posibilidad de verificación : « El aumento en potencia de estos fenómenos, consecuencia de la inmigración, sigue la misma curva, todos los años : el desempleo, la criminalidad, la delincuencia, la droga aumentan entre un 8% y un 10% » [45].
En cuanto al posicionamiento del orador populista, éste se expresa en un juego de pronombres entre un « Nosotros », que abarca al orador, a su partido, a sus partidarios, al pueblo ; un « Yo » que se afirma, repetimos, como potente, voluntario, que se asume y se compromete totalmente (« yo quiero », « yo digo », « yo afirmo ») [46] ; e incluso un « El » de teatralización, autodesignándose como el protagonista de una búsqueda de Salvación. Todo esto tiene lugar en una escenificación a su vez fuertemente teatralizada (inmensos podios, lugares y decorados simbólicos, multitud compacta), y, en lo posible, una producción corporal, vocal y gestual de barricada por parte del orador.
Evidentemente, una retórica semejante depende de la lengua en que se expresa el orador. Por ejemplo, la existencia en francés del pronombre personal « On » (“uno” o “ellos”), marca de impersonalidad por excelencia, permite que el orador populista designe al enemigo de manera indeterminada, como una entidad vaga, y sugiera con mayor fuerza la idea del complot de un grupo de conspiradores anónimos cuyo rostro no puede distinguirse netamente, resultando más amenazante aun : « ¡No nos impedirán hacer valer nuestros derechos ! ».
Considerando el populismo desde el punto de vista del discurso que éste escenifica en el espacio público, se observa que cumple una triple función de ilegitimación de los adversarios, de relegitimación del pueblo y de legitimación del actor político que lo pronuncia. Se observa también que utiliza, para ello, estrategias discursivas que son las de todo discurso político pero gobernadas por el descontrol y el exceso. Es por ello que se afirma que el populismo no es extraño a la democracia. Por el contrario, el principio democrático de debate público para constituir una representación mayoritaria es el que abre el campo al discurso populista como medio de seducción de las masas. Por lo tanto no es un régimen político sino una estrategia de conquista o de ejercicio del poder sobre un fondo de democracia, pero de manera exacerbada. Estrategia que maneja el mecanismo de la fascinación como « fusión de sí mismo con un todo exaltante que cristaliza un ideal » [47]. En esto el populismo se diferencia del fascismo al que a veces fue asimilado, aun cuando se constata que éste recurre al discurso populista. El fascismo es un concepto de sociedad, un proyecto de humanidad, que está acompañado por una teorización respecto de lo que es un nacionalismo a la vez popular, socialista (el « nacional-socialismo »), autoritario y purificador. De allí su ambigüedad, ya que, si bien en Europa se ha cruzado con movimientos de extrema derecha (boulangismo, antidreyfusismo, poujadismos, lepenismo en Francia ; etnonacionalismo en Italia y en Alemania), es más bien proletario en América Latina, reclamándose de una ideología de izquierdas, incluso respaldado por las Fuerzas Armadas. He aquí también una comparación interesante para estudiar.
Terminaremos trazando algunas líneas de reflexión sobre el lugar que ocupa el populismo en nuestras sociedades modernas, a la hora de la globalización. La referencia será aquí europea, lo que debería permitir proceder a comparaciones con el mundo latinoamericano, ya que la significación de los discursos depende de los sustratos socioculturales de los grupos sociales que los producen. La historia de los pueblos europeos y latinoamericanos no es la misma, la composición de sus sociedades muy diferente, su visión del mundo y de las relaciones sociales distintas.
Se escucha cada vez más, por lo menos en Europa, y particularmente en Francia, un discurso mantenido por la derecha clásica que predica el fin de las oposiciones partidarias y declara que las escisiones políticas están superadas. Es el discurso de « ni derecha ni izquierda ». Y esto en nombre de un necesario pragmatismo en política : « Yo no soy un ideólogo, soy un pragmático » [48]. Porque el pragmatismo sería la única actitud posible para resolver las crisis del mundo moderno. Pero como hay que mantener antagonismos en una sociedad con el fin de dar la impresión de obedecer al juego de la palabra democrática, se opera paralelamente un deslizamiento hacia otro antagonismo capaz de reunir a las masas populares alrededor de nociones vagas o categorías abstractas : ya no el socialismo contra el conservadurismo sino la solidaridad social contra el provecho privatizado, el liberalismo político contra el ultraliberalismo económico, el mundialismo contra el comunitarismo (cuando no es el comunitarismo contra el mundialismo), cuyo eje común es « el antisistema ». Estos discursos suelen estar acompañados por prácticas gubernamentales, llamadas de apertura política, que consisten, cuando no se trata de gobiernos de coalición o de cohabitación, en recurrir a personalidades de partidos opuestos para confiarles responsabilidades gubernamentales. Esta actitud se relaciona con un populismo « soft », pero también se la podría calificar de populismo cínico, ya que es evidente que lo que caracteriza a la democracia es la existencia de proyectos de sociedad opuestos, y que si éstos desaparecen, se entraría en un nuevo espacio de totalitarismo.
El fin del sueño de una sociedad igualitaria, marcado, como se sabe, por la caída del muro de Berlín, combinado con la explosión de movimientos migratorios de países del sur al norte y del este al oeste, provocó en la mayoría de los países europeos occidentales una crisis identitaria : una « desidentificación » de la conciencia de identidad nacional, una interrogación sobre la especificidad cultural (« ¿qué es ser francés ? »), un cuestionamiento de la filiación por la apertura de las fronteras que provocaba inmigraciones masivas, discursos sobre la mezcla social, y por lo tanto ausencia de transmisión cultural común, ruptura del lenguaje. « Amenazas » todas esgrimidas por políticos pertenecientes a diferentes tendencias : pérdida del patrimonio lingüístico, de la herencia cultural común, de la lengua común.
Frente a esta angustia identitaria, la aparición de un discurso que predicaba disciplina y autoridad, comenzando por priorizar la inseguridad de los individuos y luego prometiendo, complementariamente, el fin del « laxismo » político y la implementación de una política de seguridad en todos los sectores de la sociedad. En las últimas campañas electorales de la mayoría de los países europeos, se ha podido constatar que los temas de « seguridad » y de « autoridad firme » son más fuertes que los de « vigilancia democrática » y de injusticia. Esta fue por lo menos una de las razones del éxito de Nicolas Sarkozy durante las elecciones presidenciales de 2007 en Francia. Frente a una Ségolène Royal que, pretendiendo ser firme en el tema de la disciplina, delegaba la solución de los problemas a una participación democrática, Nicolas Sarkozy se apropiaba de una imagen de desprecio por el laxismo, erigiéndose en caballero blanco listo para combatir a los delincuentes y otros promotores de disturbios, para defender el orden y la autoridad [49].
Este tema es quizá más característico del populismo de los países ricos, ya que es necesario que exista un sistema económico de protección de la población (Seguridad social), y de atención a los excluidos del mundo del trabajo (la indemnización a los desocupados, la asistencia a los discapacitados). Por consiguiente se destina cierto tipo de discurso populista para confrontar al pueblo trabajador contra el pueblo asistido, perfectamente representado por uno de los eslóganes de Nicolas Sarkozy : « Trabajar más para ganar más ».
Es evidentemente un modo de crear resentimiento de una parte de la población contra la otra reforzando doblemente, por un lado a los que se encuentran junto a la “manija” (la gran patronal) y a una parte importante de la clase media (pequeños patrones, comerciantes, artesanos) y por otra parte, paradójicamente, a un sector de la clase popular proveniente del mundo obrero que siempre ha valorado el trabajo, y a los inmigrantes que buscan trabajo bajo cualquier condición.
Ese populismo trastoca las divisiones partidarias habituales, ya que sociológicamente se produce un movimiento de adhesión (aunque puntual) a esas promesas por parte de sectores de la población favorables a partidos políticos opuestos. Ese populismo mantiene un fuerte antagonismo entre los partidarios del « trabajo a cualquier precio » y los partidarios del « trabajo justo », despojando a la izquierda de la exclusividad del partido de los trabajadores.
Se observa, al analizar los discursos, una tendencia de los partidos clásicos de derecha como de izquierda a desarrollar cada vez más la estrategia discursiva de proximidad, declarándose a la escucha del pueblo, apelando a una mayor participación ciudadana sobre un fondo de descrédito de la clase política y de las élites, consideradas demasiado distantes, frías e indiferentes a los sufrimientos del pueblo, imagen alimentada además por los medios y diversos comentaristas. Podría hablarse en este caso de populismo compasivo, es decir una simple estrategia que juega a escuchar la demanda social para conquistar o ejercer mejor el poder. Nos encontramos aquí frente a una actitud cínica ilustrada por la declaración de Mussolini que menciona A. Taguieff : « La democracia, es el gobierno que busca dar al pueblo la ilusión de ser soberano » [50].
Pero no nos apresuremos porque también puede considerarse a este discurso como inscrito en una toma de conciencia del aumento de nuevas formas de contrapoder construídas por fuera del juego clásico de partidos y sindicatos. Es entonces legítimo que ciertas personalidades políticas promuevan un acercamiento entre los ciudadanos y los órganos de decisión, mediante la escucha y la organización de la expresión de las reivindicaciones, a través de nuevas formas de participación ciudadana, contra una especie de « aristocracia electiva » criticada desde la democracia ateniense.
A este respecto puede afirmarse que esta estrategia discursiva de tendencia populista es constitutiva de la democracia en la medida en que implica —en diversos líderes políticos— un posicionamiento que conduce a oponerse a un adversario, a exaltar valores de idealidad democrática y a erigirse como líder indiscutible, sin llevar esta estrategia hasta sus extremos patémicos. Si el discurso populista consiste en « hacer pueblo », su versión no cínica se abre hacia una democracia de mayor participación ciudadana. Es por ello que no suscribimos a esta afirmación del historiador Jacques Julliard : « El populismo, es el pueblo sin la democracia » [51]. El discurso populista se inscribe en la palabra democrática, aun cuando no la honra.
Entonces, ¿qué ética pensar para este discurso ? Respecto de la ética, el discurso populista no es aceptable. No podemos más que rechazar la exaltación de ciertos valores que, lejos de engrandecer al pueblo, lo repliega a sus propias reacciones de miedo, de defensa, de xenofobia : exaltación de la identidad nacionalista, estigmatización del otro como invasor amenazante, exaltación de valores del pasado en nombre de la pureza original, estigmatización de los responsables por la amenaza del complot. Pero tampoco puede ignorarse la dificultad existente en discernir dentro del discurso político qué es lo que proviene de una estrategia destinada a captar la adhesión del mayor número de ciudadanos y qué es lo que responde a desviaciones populistas. Pero esto, una vez más, sólo puede ser juzgado teniendo en cuenta el contexto cultural en el cual se manifiesta el discurso político.
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Sobre la traductora :
Ana María Gentile es Doctora en Ciencias del Lenguaje de la Universidad de Ruán, Francia y profesora de Traducción Científico-técnica y Literaria francés/español de la Universidad de La Plata, Argentina. Dirige grupos de investigación sobre traducción y socioterminología. Es autora de publicaciones y ponencias presentadas en Congresos nacionales e internacionales y trabaja como traductora freelance.